Hugo es un humano gozador. No un gozador al estilo de la cigarra de la fábula, sino uno que organiza, limpia, escucha, aconseja, discursa, canta, como preñado de ambos espíritus: el de la hormiga y el de la cigarra.
Alguien así cataliza la atmósera comunicativa de las gentes que se encuentran, de forma que los unos gozan especialmente de la presencia de los otros. Así ayer: nos encontramos para celebrar un encuentro literario, en la salita del WellComeProjekt, para el que me había avisado ayer mismo (una de sus virtudes -a veces lo llamo defecto...- es la capacidad para improvisar).
Una estudiante italiana leyó tres poemas de Ungaretti; un estudiante alemán nacido en Rumanía, en la región de Siebenbürgen, leyó un poema de Heine y otro de un autor de su región, y, finalmente, Alvaro (un estudiante chileno) leyó un fragmento del Canto General de Neruda; quería mentir pero no me atrevo: Alvaro había olvidado traer la versión original y su traducción nos la leyó una encantadora musa de nombre Angela, que es, además, la promotora del encuentro.
Luego, Víctor y yo nos enzarzamos en una discusión, que habíamos iniciado antes de la sesión literaria, acerca de la viabilidad o no de crear dos monedas diferenciadas: una para el dinero del capital empresarial y otra para el dinero del consumo privado. La discusión no tiene nada que ver con -y es mucho más prosaica que- el encuentro literario, pero así son las cosas: estábamos a la entrada del metro en pleno fragor dialéctico cuando decidimos posponer su continuación -y grabarla- porque yo iba tomar el camino a casa en bicicleta, tralaralalaaa.
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